Dejadme que recuerde en unos pocos y apresurados trazos quien fue el Jaime que yo conocí entre 1972 y 1975

Jaime era una mezcla de sobrio hidalgo y elegante lord inglés; siempre sonriente, te escuchaba y se interesaba de verdad por lo que cualquiera de nosotros pudiera decirle.

Siempre le estaré agradecido por reprimendas que muy pronto me hizo sobre un defecto que, con toda razón, le sacaba de sus casillas:

-Juan Antonio, cuando alguien te hable no bajes la mirada. ¡Mírame a los ojos!

Lo sigo recordando muchas veces como si me lo estuviera diciendo ahora mismo.

De el aprendí otra gran lección:

Cuando a final de curso tenían que renovarse las plazas de residentes, nos reuníamos con el los subdirectores y el secretario, excluyendo siempre de esas reuniones a Don José porque no quería que como capellán se viera envuelto en estas decisiones.

Era un momento muy duro porque cada uno de nosotros estaba encargado de un grupo de residentes con los que debía hablar durante el curso como tutores… y entonces era el momento de ver quienes de estos residentes que teníamos asignados debían salir o seguir en Moncloa.

El primer año que yo asistí a esa reunión sentí lo doloroso que era tomar aquellas decisiones (recuerdo también que Ricardo Rovira era el que mas excusas ponía para echar a un residente, aunque hubiera razones mas que evidentes para hacerlo), pero al final el, como cada uno de nosotros, tenía que comunicar estas decisiones a los interesados

Fue entonces cuando le escuché a Jaime lo de: “cuando hay que echar a un residente la culpa es de nosotros; no son ellos los que fracasan sino nosotros, que no hicimos lo suficiente para que merecieran quedarse”

Con los años y en el trabajo de consultor cuando algún cliente me hablaba mal de sus directivos siempre recordaba las palabras de Jaime, algo que también aprendí de uno de los mayores empresarios de medios del mundo, Henry Luce, fundador del grupo Time/Life.

En una biografía suya se cuenta que su “guardia de corps” acabó siendo muy numerosa (probablemente casi un centenar de altos ejecutivos) y que pese a ello a ninguno se le contrataba sin que el los entrevistara varias veces y muy a fondo: “buscar, contratar y retener talento” decía Luce, es la tarea mas importante de un CEO.

Pues, bien; hubo casos en que algunos -no muchos- demostraron ser enormes fiascos; pero siempre los mantuvo y jamás los echó; el lo reconocía, pero cuando le urgían a que se les echara, repetía: yo no puedo echarlo, porque fui yo quien le contraté y si me equivoqué al que habría que echar es no a el sino a mi…

Diré para acabar que la flema británica de Jaime era un contrapeso de serenidad y calma que era imprescindible en un Mayor gobernando, creo yo, unos residentes de armas tomar, donde nació aquel “pandemonomium” del Pandero y la Academia Apren que Jaime toleró y alimentó cuidando siempre que no hiciéramos mas locuras, destrozos e insensateces de las necesarias.

Y cuando las hacíamos tenía la fortaleza y  cariño para poner orden en aquel caos que podíamos generar una generación de alocados que luego sería los miembros mas famosos de la Academia Apren, encabezada por residentes tan excepcionales como el decano Luisma Calleja (sucesor de Vidal Abascal, otro gran decano), y figuras inolvidables y únicas que enumero solo a modo de ejemplo porque la lista sería interminable, como Karmelo Herranz, Guillermo Gefaell, José Luis Saura, José Mari Cerezo, Mahmoud Mohamed Rabbani, Juan Mari Pano, Juan Pina, Javier Goizueta, Alberto de la Hera… y, claro, unos directores que hacíamos lo posible por estorbar o malbaratar aquella Moncloa que tanto quisimos y añoramos: desde Don José Gil a Luis San Salvador (“botijo”), Juan Antonio Galán (“Johnny”), Javier Hernández Pacheco, Ricardo Rovira, Alberto Pampillón y también Don Miguel Angel Monge (“Don Michel”) que era el otro capellán que residía en el llamado “puente mando” que comunicaba el “tres“ con el “cinco”.

Jaime, como digo, era un director que desde su juventud y sentido común, trataba de ahormarnos a unos y otros, y está claro que lo consiguió respetando tanta singularidad junta y plural que demostraba que Moncloa era la casa de todos, aunque nadie fuera igual ni se viera obligado a dejar de ser único; espíritu de libertad que se mantuvo siempre gracias a que se confiaba en nuestro sentido de responsabilidad.

Veo ahora esta foto de 2019  y  creo que refleja muy  bien su gran señorío,  serenidad inasequible al desorden, caos y desaliento que muchas veces generábamos aquella tribu monclovita; bondad y cariño que derrochó aquel arquitecto que tanto nos enseñó.

Jaime está ahora como avanzadilla del Pandero en el Cielo y allí nos espera para darnos la bienvenida y el gran abrazo del reencuentro definitivo.

Recemos por él, porque Jaime será igualmente generoso con nosotros y nuestras familias.

Gracias Jaime y gracias a todos por aquellos años que fueron los mejores de nuestras vidas, y que nos perdone si le hicimos sufrir mas de lo necesario.

Juan Antonio Giner (“Gifesa”)